martes, diciembre 4

Un oasis en el centro:

Café Brazil: Rescate de nuestras raíces.


Por Maureen Márquez

Café Brazil, ubicado en pleno centro de Santiago, en un panorama que renueva. Alejado del típico tráfico de la cuidad, crea sensaciones, e invita a algo nuevo, y lo más importante fomenta la música latinoamericana. ¡Te espera!

Si uno se atreviera a dar unas vueltas por el ya caluroso Santiago en busca del “salvavidas correcto”, tratando de alejarse de tanto peatón que nada por ésta asfixiante olla presión, en busca de algo de verás refrescante, pensaría que son pocos los lugares diseñados para compartir en forma amena, con precios accesibles y libres de la bulla incesante del flujo citadino.

Pero lo cierto es que a pocos metros de la Alameda, en pleno barrio Brasil, se encuentra un verdadero oasis en el que es posible disfrutar de todas las bondades de la tranquilidad, frescura y comodidad que ofrece el Café Brazil, ubicado en la calle Ricardo Cumming.

Pero lo novedoso de este café no es lo que se puede apreciar a simple vista, sino el complejo entramado cultural , heredado directamente de nuestra memoria social y del concepto del pueblo como actor protagonista, en donde es posible conversar y discutir acaloradamente de política, sociedad, valores e ideologías; todo esto acompañado de la infaltable música latinoamericana. Y esto es justamente lo que me hace descubrir el local, acá es posible escuchar desde samba, florclore y baladas propias del Perú y Bolivia, hasta nuestra querida cueca, y ¡ojo!, en cualquier época del año.

Lo digo a modo de advertencia: en el Café Brazil la pasividad no tiene cabida, una vez que se entra es imposible estar exento del pequeño parlamento que opina, ríe y discute como si estuviéramos en presencia de la más idílica democracia.

Les presento a este “pequeño oasis”.

Su Historia:

Café Brazil comienza a tejer su historia hace dieciséis años como tal, en donde no se encontraba en su actual casona -ésta por cierto perteneció a la casa de comando de la candidatura a la presidencia de la fallecida Gladys Marín en los noventas-, sino estaba ubicado en la calle Compañía, frente a la siempre amena Plaza Brasil, en donde sólo ejercían como un local al paso.

El nombre de éste no tiene relación con la histórica plaza, sino, está inspirado en la película británica Brazil de 1985. Ésta es una comedia negra, con matices dramáticos y ciencia ficción incluida y, para muchos críticos, una película digna de un Óscar, al contrario, para otros es simplemente inclasificable. Como así mismo parece ser este singular café.

Entre algunos importantes personajes y arduas discusiones junto al sabor del café, se comenzó a hilar un ambicioso proyecto que daría una nueva cara al querido barrio Brasil: ayudado por la llegada de una nueva ola de jóvenes con ansias de crear y un sinnúmero de personajes ligados al arte, trovadores, poetas y gente de teatro. Las conversaciones se hicieron cada vez más interesantes y luego comenzaron a ser un verdadero ritual en la simple actividad de servirse una tasa de café, hasta que vino el cambió y con ello, una nueva etapa en la historia de Brazil.

Mi experiencia:

Un agobiante día de noviembre, caminaba observando prolijamente las paredes, calientes por un furioso sol de tiempos infames, cuando algo en mí llamó la atención: un colorido mural se alzaba imponente entre los altos muros de casas coloniales, en uno de los detalles de dicho mural se podía ver B.R.P. e inmediatamente abajo “Chico –pum –pum”. Seguí en busca de detalles cuando me topé con el gran título en colores “Café Brazil”, decía arriba, sí con zeta.

No lo pensé más y crucé apresurada por el pequeño bandejón de pasto que hacía una división en la avenida céntrica Ricardo Cumming. Al estar en “el lugar de los hechos” como una buena periodista me dirigí hacia la puerta no pasando por alto la rústica pizarra que anunciaba interesantes eventos y la cual se titulaba “Café Brazil presenta”.

Las primeras imágenes que aprecié llamaron en seguida mi atención. A un costado derecho, antes de la entrada pude observar un sinnúmero de flyers y papeletas que anunciaban manifestaciones y eventos, todos ligados al arte -música, danza y teatro eran los tópicos-. Luego al acercarme a la antigua puerta de entrada se apreciaba una imagen photoshopeada de una cajetilla de cigarros que mostraba una risible parodia a Pinochet.

Mi impresión no estuvo del todo desplegada cuando pude abrir y ver el paraíso cultural que aquel bendito lugar ofrecía. Una suave música carioca endulzaba el ambiente, confeccionado a base de múltiples mesitas alineadas con una vela en su centro. Y ¡toneladas de historia escritas y dispuestas en sus paredes, de las más diversas forma, tamaños y colores!, que fotografías con dirigentes políticos, que carteles anunciando alguna tocata de Silvio, que banderas rojas con el puño cerrado, que Marta y Carlos se aman, que “Allende vive”, en fin, libertad de expresión por doquier, no había espacio en las paredes que no estuvieran rodeadas no de rayados, sino de memoria, de la pura y verdadera.

La frescura de aquel lugar hipnotizaba a cualquier sofocado caminante como yo. Me quede maravillada al ver tanto color y tanta viveza, cuando afuera la gente pasaba gacha, evitando mirar los rallos fulgurantes del sol, con un aire seco y gotas de sudor que corrían por la nuca de los transeúntes.

Observaba, leía carteles y examinaba fotografías de Gladys, del Che y de Chávez cuando un copero que, por el acento, no parecía chileno me invitó a tomar asiento, contesté que no gracias que estaba allí para observar, con una amable sonrisa me dejo dando vueltas por el lugar.

Aquel sitio era singular, no era un lugar, sino un espacio configurado en donde uno se pone en armonía con lo que observa y donde las paredes te invitan a que escribas tu memoria. Tenía tres ambientes, el más amplio decía a una esquina “Rincón de Amigos”, debajo de él había un escenario. Más tarde el encargado cultural del local, Vladimir Aranibar me dijo que se hacían todas las noches algún evento musical o poético, y diversas muestras artísticas. El segundo ambiente era más pequeño y privado, en su fondo se encontraba una colosal escultura que honraba a nuestra raza mapuche y también se encontraban pinturas y muestras fotográficas, y más Violetas y Ches repartidos dinámicamente.

El último espacio era una sala amplia que sería también de salón de ensayos, fuera de música o clases de cuecas o salsa que se imparten en dicho lugar, curioso, entretenido. Fue aquí donde compartí un rico café servido por el mismo Vladimir y por cierto, una amena conversación.

Enterada de cómo Brazil pensaba, de su fuerte ideología comunista, del sentido del arte y el amor por el indigenismo, cosa que es bastante peculiar en un país como el nuestro, pues, en comparación con nuestros vecinos, somos los que presentamos menor interés por reconocer nuestra pluralidad de etnias y culturas. Un ejemplo latente de aquello es la gran indiferencia del “Conflicto Mapuche”, que es en la práctica un fuerte dolor de cabeza para algunos…

Si uno se pone a observar detenidamente, en este lugar, es posible ser indiferente a este problema de la indiferencia, ¡sí!, aquí nuestras culturas son lo que priman y ¡censuren y callen la discriminación y la vergüenza!

Su declaración de principios:

Con un discurso inflamado que recuerda al mismísimo Allende, Vladimir mostraba su posición sobre temas como el sistema neoliberal, el imperialismo norteamericano, Venezuela, Cuba y Hugo Chávez. Me deja la sensación amarga de algo utópico e irrealizable, habla de la forma despiadada de hacer periodismo y de las proezas en un gobierno como el de Venezuela. La gente ligada a este café tiene sus raíces comunistas en los tiempos de la revolución y de las flores, pero ¿qué hay de malo en eso?, ¿no constituye un verdadero despeje este?

Al parecer la gente que lo frecuenta está dispuesta al debate político, al manifiesto intercambio de ideas. La consigna del café ha sido justamente esa, “nacimos en un periodo de dictadura, en donde era imposible cualquier tipo de debate de ésta índole, pues el café representaba una verdadera alternativa para debatir diferencias sin importar de qué color político fueran, había cosas importantes qué decir”, señala Vladimir.

Sus visitantes:

Es posible observar a gente de todas las edades, participando, sirviéndose algún trago, comiendo y bailando cueca. Ese día miércoles había gente de entrada edad, en su mayoría mujeres, que se disponían para una clase de cueca. Me acerqué al salón y saludé, recibí un cordial “¡Hola como está!, ¿viene a la clase?”, -nooo –dije- vengo a observar.

La gente que circulaba allí, se conocía, todos de trataban de amigos, estrechaban sus manos. Por eso se le dice “Rincón de Amigos”, pensé. En eso estaba, cuando se me acerca un señor cuya cabeza era blanca, tal vez, desentonaba un poco con su aire jovial. Supongo que adivinó el porqué estaba yo ahí con una cámara fotográfica colgada al hombro. “Todos los miércoles nos preparamos de la misma forma”, dijo el señor que después supe, se llamaba Sergio. El amigo Sergio. Así era, la clase la impartía Constanza a las 20:00 horas, pero la gente hacía una especie de entremés, riendo y compartiendo antes de la clase. También se servían sus buenos tragos.

Sergio, el hombre cano, vivía en el Barrio Yungay, como “muchos de los que bailamos cueca”, me dijo. Hace un par de años encontró este lugar y trata de venir todas las semanas, “porque me gusta la música y el ambiente ameno, y, a veces tomo su poco de fuerte”, señala riendo. ----Me encuentro con mis vecinos y bailamos harto, luego nos quedamos un rato tomando algo, escuchando música y conversando entre todos, mucha gente se conoce-. También me cuenta que “a veces llega gente nueva y la sacan a bailar, comparten, algunos de ellos no vuelven, pero no se van sin antes haberlo pasado muy bien” (risas).

-Sí, sí, lo he recomendado harto, soy viudo hace más de diez años, por lo que a veces traigo pareja de baile, o si no todos nos armamos bien acá. –Dice.

Noté que los funcionarios del local, se relacionaban abiertamente con la concurrencia. De hecho, el mismo Don Sergio después que habló conmigo se dirigió a un copero de delantal blanco, apoyado en la barra y se saludaron abrazándose.

También vi a gente repartida esporádicamente en las mesitas del local, eran estudiantes, provistos de mochilas, con un aire hippie, creo que se dedicaban a hacer un trabajo, fumando, riendo. Pero en general, la mayoría de los presentes era gente adulta, de trabajo.

El local cambiaba mucho a medida de que el sol se iba alejando. Mucha gente después de su faena iba a distenderse allá, siempre en compañía de la música. Vladimir me dijo que los días viernes en la tarde, era posible ver a mucha mas gente, pues se esperaba el show musical nocturno, antes se debatía, comía y se procedía a la mencionada repartición de libros.

En general el ambiente era dado por la concurrencia, se notaba cálido, pero luego vi mi reloj y ya era tarde, me esperaba un largo camino de vuelta. Me despedí de las personas que vi: a Sergio le hice un adiós a la distancia, el río y se despidió de igual forma.

Promoción de la música y las raíces latinoamericanas:

El predominio de la cultura propia de nuestras raíces sostiene al Brazil, en donde es posible encontrar todo tipo de manifestación. Todos lo miércoles se realiza el día de la chilenidad y se encuentran actividades como clases de cueca y salsa, también la realización de pallas en donde los presentes disfrutan activamente. Una muestra de aquello son los debates abiertos en que participa todo el público, en donde se regalan libros traídos de Venezuela (o “República Bolivariana de Venezuela”, como señala Vladimir) a quien se destaque más. También abundan los tributos en español a cantautores como Joan Manuel Serrat y Joaquín Sabina, por lo que si usted anda buscando canciones de corte anglosajón, quedará totalmente desilusionado ya que el español es lo predominante.

Para quienes critican nuestra falta de compromiso como chilenos y, con nostalgia, alegan de que siempre las cuecas se escuchan sólo una vez al año: en septiembre, el “Rincón de amigos”, ofrece esa oportunidad, dejando de ver que la cotidianeidad no está exenta de reencontrarnos con nuestras tradiciones. Ensalza nuestras costumbres, las potencia y las acompaña de lo más ameno: nuestra música, y en vivo. Eso se notó al ver afanadamente a la gente disfrutando de la cueca

Platos típicos, tragos, mezcla de cultura con bohemia, predominio de la música nacional y el florclore latinoamericano, un fraternal ambiente y por supuesto el mejor café hacen de éste espacio una verdadera salvación para los días de estrés, o simplemente ofrece un panorama sencillo y una grata compañía.

¡Anímese! Y vaya a dar una vuelta.

¿Dónde?, en Av. Ricardo Cumming 562. Teléfono: 6982196, Santiago.

En La web: http://cafebrazil.cl/

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