domingo, diciembre 2

Camino de adoquines amarillos hacia el café

Por Camila Alcaíno Monsalves

El café… existe de variados precios, de diferentes sabores, colores y orígenes. Se comparten con amigos, madres, hermanos, amores o con un libro.

Un café sabe mejor acompañado de palabras. Las letras se mezclan con los granos ya olvidados y crean un momento mágico.


Se dice que un café –cafetería-, en especial literario, es un lugar ideal para realizar una conquista. Llevar allí a una chica es demostrar que se es: un seudo intelectual, un seudo amante de la literatura.

Ninguna mujer, nadie en general, podría decir que un café literario no sabe a granos de poesía.

Aquella concepción que se posee, tal vez prejuicio, viene desde antaño, desde otros continentes y llega a Chile a mediados del siglo XVI.

Etiopia fue el inicio de la travesía del grano que sería para otras culturas un manjar, que además sirve para despertar los sentidos.

Sentidos que se deben mantener despiertos, cuando se trasnocha para estudiar a última hora para una prueba de la Universidad, o para poder carretear más. No obstante, por estos días algunos ya han “evolucionado” y prefieren las bebidas energéticas y otros más clásicos continúan fiel al hermoso sabor del café.

Desde Oriente, Etiopia, específicamente desde Kaffa, llega el café al mundo árabe para luego conquistar al antiguo continente.

Esta sustancia ha formado, desde que llega a Europa, parte de la vida social, ha superado épocas, culturas y generaciones, e incluso hoy jóvenes adolescentes la beben. No es extraño ver, al pasar por un café, un viejito tipo Francisco Reyes o a un adolescente o, incluso, madres cuarentonas con sus hijas pubertas disfrutando del sabor de este grano.

La primera cafetería conocida se ubicó en Turquía por los años 1500 y desde el primer momento fue un lugar perfecto para hacer vida social, conversar de arte, política e incluso negocios. Le Procope, fue uno de los primeros café que se abrió en París.

No hay que negar que al pensar en café inmediatamente se visualiza a alguien con un libro, una pipa o cigarro en la mano y que suena a costumbre Europea.

Los primeros Cafés que se inauguran en París se podía ver a personas como: Voltaire, Rousseau, Diderot. Así se crea la concepción o asociación del café con intelectuales y artistas, pues en los primeros tiempos eran quienes más visitaban aquellos lugares.

Sin embargo, hoy muchos sólo los visitan para aparentar cierta intelectualidad.

La costumbre de cafés literarios se ha perdido a través del tiempo, sin embargo, hoy aún quedan algunos cafés con libros entre su decoración, pero muchas veces no es más que eso, pues la mayor parte de los clientes ni siquiera los miran. Esto es lo que sucede, por ejemplo, en el café llamado Canela que se ubica en la plaza Brasil.

Aquel café, más que ser literario, vende la ilusión de serlo, pues entre sus ejemplares tiene en su mayoría cuentos de literatura infantil. En este local es recomendable pedir caffelate, es un café con chocolate y crema, que despierta y endulza los sentidos.

Al pasearse por los cafés es más común ver gente con notebooks que con libros, plumas o cuadernos. Es lo que sucede en un café vecino al Canela, su nombre es Brasil y es un lugar donde también venden copete. Entre sus clientes se encuentran de todo tipo y de todos los rangos de edad, no solo el “literato”. Aquí es costumbre ver a personas tecleando su notebook y en otras mesas, personas compartiendo después de una jornada universitaria.

En Europa fue tanta la importancia del café que hoy existen unos cuantos de culto, principalmente por los personajes que acogieron en el siglo XX. Un ejemplo de esto es el Café Flore en París, lugar que tuvo como cliente a Hemingway, Picasso, Alvert Camus entre otros que hoy son connotadas figuras.

Notable fue el hecho de que en 1773 apareciera en la Calle Estado el primer café de Chile. Este era un lugar para conversar, fumar, en definitiva carretear junto a su chela - en ese entonces copa de algo, imagino- y su nunca mal ponderado cigarro.

Ahora la Calle Estado es el escenario para cafés como el Haití y el Caribe, ambos hechos especialmente para hombres. Cuentan con mujeres voluptuosas y con ropa ajustada al cuerpo para hacer despertar junto al café los sentidos. Del Caribe es totalmente recomendable el capuchino.

Chile se impregna de la cultura del café bohemio, una costumbre española. Más tarde arribó a nuestro país la concepción del café europeo, con terrazas soleadas que eran creadas para solitarios lectores.

Café-Pub Sicosis, entre el estilo español y europeo, nace la concepción chilena del café. Se crea los intelectualmente bohemios, ese tipo de hombres con largos cabellos y camisas blancas, lentes y sombreros, que asisten a leer poesía o a sentarse solitarios en una mesa a leer y bebe un café.

Nace la concepción del típico hombre canchero inteligente, por el que todas las chicas se mueren. Este tipo de personas son las que se pueden apreciar a veces por el Forestal, este parque cuenta, a sus costados, con algunos cafés. Sicosis, es uno de los que vale la pena mencionar, es un café-pub, que sirve unos exquisitos capuchinos dobles a $1800, con mucha crema y sobre todos ricos.

Hoy el café continúa siendo un lugar de encuentro, el grano invade nuestros cuerpos y a veces unos beben cafés y otros un trago, pero lo importante es rescatar la tradición chilena del café, aquella literaria y bohemia. Porque a qué mujer no le gustaría seguir viendo a esos chascones literarios, poetas, por los bares de Santiago en lugar de los poquemones de ahora. Y qué hombre no sigue utilizando la vieja estrategia de llevar a la nueva conquista a un café para demostrar cierta intelectualidad.

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